Lloraba,
eran sus lagrimas cristales afilados
que torturaban las pupilas
de quien contemplaba su dolor.
Quería morirme al verla,
su llanto anunciaba el ocaso de su risa,
las mariposas emigraron,
se marchitaron los rosales,
los ríos se embriagaron de tristeza y se desviaron a la ciudad buscando venganza ajena.
Era agudo su gemido,
su aflicción hacia vibrar las paredes
cuando tragaba en seco sus verdades,
ajena, mía, prestada, prohibida, amante siempre sencilla.
Sus ojos me conmueven,
parpadean faltos de luz rogando un ultimo instante para quererle,
para sembrar de besos su espalda infinita,
para invertir sus emociones en su sensualidad espontanea.
Ella desea un ultimo motivo
para una ultima sonrisa
que acabara en recuerdos de eternos matices de puro amor.
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