Besé sus labios 
tiernos como el lento rocío
de una madrugada primaveral,
y desde entonces sé 
que todo lo hermoso del Edén
tenía aroma de mujer.
Alba que ni a  sus miradas me resisto
 y que desciende de los cielos
para emborracharme en los matices 
de su piel embriagante.
La lluvia que cae en su pecho
se transforma en miel deseo,
y dentro de mí boca sabe a tibio fuego,
a luna de caña y a suave bolero.
Hermosa mujer:
mi vida no es vida sin tu querer;
me destroza tu ausencia, 
esa que sabe a distancia,
 que en su maldad cada noche
me atormenta en nuestra cama.
Alba que ni a  mis latidos perdonas,
ni te condueles de mi pobre corazón en coma;
tu vació aterrante es un monstruo de viento,
un ficticio puñal que atraviesa mi pecho.
 
 
 
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