Fría madrugada,
que a tu recuerdo me eleva
asiéndome esclavo de su infinidad.
Su rocío no es su rocío;
es llanto amargo, turbulento y frío
que adorna de espinas mi ensangrentada cruz.
Nocturno es el latido
que sufriendo me ruega olvido
y que dentro me lastima todo.
Está nevando en el desierto de mis ojos
desde que no te encuentras allí.
Por más de un siglo helado
mi alma rota te ha esperado.
En ausencia de un abrigo extraño,
el que no soñé, en mi triste rincón
niña mía te sigo amando
con lo que me queda del corazón.
La noche sigue enfadada,
no calma sus vientos.
Hijos prietos de una vieja madrugada
que busca asilarse
en mi desnudez inhumana.
Sigues conmigo
en los suburbios de mi delirio
y en mi vagar contigo de la mano,
en el reestructurado olvido
y en el regenerado te amo
de tu corazón tan mío.
Sigues conmigo,
muy ajena a la distancia
y a dos metro de mi ruina;
cementerio y caos de mi lamentable vida
y sepulcro eterno de mis frías cenizas.
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