
En una flor marchita te encontré,
corazón de lirios sin raíz.
Aquel verde se hizo gris,
como la mirada que besa la melancolía
de cual triste paloma herida
que pidiendo auxilio gemía.
Un amor en cada puerto
encontró tu barca al zarpar de la costa;
y entre mis brazos te despertó la aurora
al besar con sus labios tu boca.
Aquel ósculo amargo traía el cardo
que en mi demencia me supo a miel;
miel de prosa en su dulce placer,
de apacible sentimiento bruto,
que aunque no era puro estaba oculto
en las entrañas de mi fuerte latir.
En tus ojos quise vivir
la locura de ser fuego,
que no quema por el esmero
del destino que azul murió,
al detenerse tu corazón,
corazón de frío en la piel,
que por la ausencia de un querer
hostilmente cavó su tumba,
y la cavó en la penumbra
de una noche sin final.
La depresión letal
acarició su amor y su amar,
e hizo su entrada triunfal
en tres de sus venas pudrientas,
amor de caña,
amor de selva,
amor de puñal en la carne,
por cada entrega.
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